viernes, 31 de agosto de 2007

Camino de Santiago XII

PEREGRINO

Tiene el Camino algo especial. Algo que no esperaba encontrar pero que allí estaba.

No creo en espiritualidades y misticismos vendidos a base de platillos y timbales. Pero lo cierto es que el marketing que hay desde hace tiempo detrás de esto resulta ser cierto.

Una vez allí dentro te sientes atrapado como un remolino de agua hacia el fondo de una cañería. Sin posibilidad de escapatoria. La salida está al otro lado y se llama Santiago de Compostela

Metido ya en la cañería todo lo que sucede fuera de ella bien poco te importa. El mundo ya solo se divide en peregrinos y resto del mundo.

El resto del mundo forma parte, junto con pueblos y montañas, del decorado de la aventura.

Pero el peregrino no. El peregrino comparte contigo el protagonismo absoluto en esta historia. Te acompaña desde que das tu primer paso hasta que desparramas tu cuerpo junto a la tumba del Apóstol.

Cada rato cambia de rostro, de apariencia. Hasta de sexo o nacionalidad. Pero está siempre ahí. A veces se multiplica y aparece desdoblado en apariencias diversas. A veces invisible. A ratos no lo ves.

Me cae bien el peregrino. Casi siempre lleva barba de varios días y aspecto desaliñado. La cara quemada por el sol. Muchas veces parece una mujer. Generalmente sin maquillaje y en el rostro reflejada la dureza del camino.

Casi siempre cojea. Se queja constantemente de los pies. De las piernas. Del peso de la mochila.

Pero nunca se para. Siempre sigue hacia delante. Mientras tenga Camino que recorrer el peregrino sigue. A pie o en bici. O a caballo. Siempre en la misma dirección.

Cambia casi tanto de idioma como de apariencia. Pero siempre que te ve te dedica una sonrisa y un “buen camino” en perfecto castellano.

Una vez que sales de la cañería vuelves al mundo real, al cotidiano, al de cada día. Y entonces el resto del mundo vuelve a ser el protagonista de tu vida. Ese resto del mundo que a veces me interesa tan poco.

Te echo de menos, peregrino.


Autofoto. Apoyado en los soportales frente a la Catedral de Santiago de Compostela.

CdeS XI : Arzúa-Santiago

Etapa 8: La trampa y el final del Camino

24 de agosto, Arzúa
– Pegontuño – Calzada – Calle – Boavista – Salceda – Ras – Brea – Alto de Santa Irene – Rua – Pedrouzo – San Antón – Amenal – Cimadeavila – San Paio – Labacolla – Villamaior – San Marcos – Monte do Gozo – Santiago de Compostela (40 kms)

Ya lo había decidido la noche anterior. Iba a hacer trampas para llegar este día a Santiago.

En principio la idea era llegar el sábado por la mañana y allí coger un autobús o tren que me dejara en Madrid por la tarde. Por motivos que no vienen al caso tenía/quería estar en Madrid el sábado por la tarde-noche. El problema vino cuando consultando en Internet en un ciber de Melide comprobé que los trenes y autobuses tardan más de 10 horas desde Santiago a Madrid. No entiendo que las comunicaciones en transporte público entre la capital de Galicia y la capital de España estén en estas condiciones. Me pareció bastante indignante, pero no voy a profundizar en el tema en este momento.

Así las cosas había que llegar el mismo viernes para poder viajar en el tren de la noche. Con el agotamiento físico que llevaba a estas alturas y con los pies hechos puré (otra noche que los dolores apenas me dejaron pegar ojo) la posibilidad de completar a pie, en una sola jornada, los 53 kms que separan Melide de Santiago me pareció utópica.

Cuando me enteré de la existencia de un autobús de línea que unía las poblaciones de Melide y Arzúa no lo pensé dos veces. Quitarme esos 13 kms me iba a permitir colocarme a tiro de unos 40 kms de Santiago, que tampoco era moco de pavo.

Dicho y hecho. A las 8 de la mañana me subí al autobús en Melide y un cuarto de hora después estaba pateando camino de la tumba del Apóstol. Me equivoqué de parada y me bajé antes de llegar a Arzúa, cerca del mojón del km.40.

Se ve que el Apóstol decidió celebrar mi llegada sacando a pasear al astro rey en todo su esplendor. Un calor de cojones, vaya. El día más caluroso de todos.

Psicológicamente fue la etapa más dura. Se me hizo eterna. Supongo que las ganas de llegar, el calor, la escasez de fuerzas, la dureza de las cuestas de la parte final y sobre todo el hecho de no ver Santiago por ninguna parte hicieron de este día el remate final.

A partir del km.13 desaparecen los mojones, con lo que pierdes toda referencia de tu situación, lo que no ayuda precisamente a dar ánimos. Llevaba como dos horas caminando después de dejar atrás ese mojón y no podía creer que aún no se viera Santiago por ninguna parte.

Cuando empezaba a desesperar me encontré de golpe con el monumento conmemorativo al Papa Juan Pablo II.

“¡¡Estoy en el Monte do Gozo!!”

Y en ese momento entendí el porque del nombre. Por primera vez pude ver, a mis pies, la ciudad Santa de Santiago de Compostela.

Aquí era donde los caminantes medievales caían de rodillas y entre sollozos entonaban cánticos en agradecimiento por haber llegado sanos y salvos de tan largo y peligroso viaje. A tanto no llegué, pero sí que me invadió una alegría inmensa por todo el cuerpo.

Entrando en la ciudad llamé a Josero. Le busqué en la Plaza del Obradoiro y allí nos fundimos en un abrazo. Ni un duro hubiera dado por este reencuentro cuando nos separamos 240 kms al este de este maravilloso lugar.

Y allí tumbado, tirado como una colilla, derrotado por el esfuerzo e inmensamente feliz por haberlo conseguido contemplé la Catedral en todo su esplendor. Son muchas las veces que había estado en ese mismo lugar, pero nunca antes me había parecido tan mágico, tan lleno de fuerza, tan intenso.

Como me dijo una peregrina: “siento como si todo esto me perteneciera más a mí que a nadie”.

En la foto la Catedral se alza sobre las zapatillas que me llevaron desde León hasta Santiago

CdeS X : Portomarín-Melide

Etapa 7: Llamando a la puerta del Apostol

23 de agosto, Portomarín – Gonzar – Castromaior – Hospital de la Cruz – Ventas de Narón – Ligonde – Eirexe – Avenostre – Palas de Rey – Casanova – Leboreiro – Furelos – Melide (39 kms)

Casi no pegué ojo. Pinchazos constantes en piernas y sobre todo pies durante toda la noche no me lo permitieron. Cada movimiento dentro del saco se convertía inmediatamente en dos o tres puñaladas de dolor en diferentes partes del cuerpo. Por algún motivo que desconozco, desde algunos días atrás, todas las quejas y dolores físicos se manifestaban mucho más durante las horas nocturnas de descanso que durante las horas diurnas de caminata. Alguna explicación tendrá. Supongo.

“¡¡Estoy hecho unos zorros!!”, pensé cuando sonó el despertador a las 7 de la mañana.

Después de un buen desayuno comencé la jornada junto con Raúl y Pepe. En los primeros kilómetros, y a pesar de la malísima noche que había pasado, me encontré bastante bien. El perfil una vez más era un continuo sube-baja demoledor para las piernas. Poco a poco la rodilla derecha empezó a cargarse y en las bajadas me las veía putas para poder caminar. En seguida descubrí que la única manera de hacer las cuestas abajo era o bien de espaldas o bien trotando ligeramente. Las miradas de los peregrinos eran de “este tío está como una cabra” cuando me veían bajar marcha atrás, pero... ¡¡vaya yo caliente ríase la gente!!

Ya nos habían avisado que a partir del km.100 empezaban a salir peregrinos de debajo de las piedras, pero nunca imaginé que aquello se iba a convertir en una auténtica romería. No creo que llegaran a 20 los peregrinos que había visto en toda la jornada anterior. Pero en ésta bastaba levantar la cabeza para contemplar a cientos de ellos. Parece ser que el 90% de la gente hace solo los últimos 100, los kilómetros necesarios para obtener la Compostelana.

Raúl iba fuerte, pero Pepe iba muy tocado y teníamos que esperarle constantemente. Al llegar a Palas de Rey ellos decidieron quedarse allí porque Pepe no estaba en condiciones de continuar. Me hubiera gustado quedarme con ellos, pero si quería llegar al día siguiente a Santiago no me quedaban más coj.... que seguir hasta Melide como poco.

Me dio mucha pena despedirme de ellos, pero no me quedaba otra. Saliendo de Palas y pensándolo fríamente me di cuenta de que ¡¡¡les conocía desde hacía menos de 24 horas!! ¡¡El tiempo es tan relativo a veces!!. Sí, ya sé que eso lo dijo mi tocayo Einstein mucho antes que yo, pero no se refería precisamente a esto.

Me costó bastante esfuerzo llegar a Melide y una vez allí descarté cualquier posibilidad de ir más allá. De nuevo, al igual que la noche anterior la sorpresa desagradable fue descubrir el albergue lleno, al igual que pensiones, hostales, hoteles... El Camino estaba empezando a perder su encanto. Todo masificado. El tufillo a “Camino del Negocio y el Marketing” se olía en cada esquina una vez superado Sarria.

Empezaba a aceptar que me iba a tocar dormir en el suelo cuando una mujer en un bar me dijo que en la esquina había una pensión con habitaciones libres. La explicación a que hubiera habitaciones es que no ponía que aquello fuera una pensión por ninguna parte y sin la información de la señora nadie hubiera entrado allí a preguntar.

Creo que aquella habitación es el sitio más mugriento en el que haya dormido jamás, pero por lo menos había una cama con un colchón.

Aquella tarde salí al pueblo a comprarme calcetines, una camiseta nueva.... ¡¡una gozada poder ir duchadito y con ropa limpia y seca!! Estas experiencias hacen que durante unos días cambies el valor de las cosas y le des importancia a cosas que normalmente no las tienen.

Después de una legendaria cena en una famosa pulpería del centro me fui roto para la cama.

En la foto la iglesia de San Pedro de Melide

CdeSIX:Triacastela-Portomarín

Etapa 6: El día más largo

22 de agosto, Triacastrela – Balsa – San Xil – Furela – Pintín – Calvor – Aguiada – San Mamed do Camiño – San Pedro do Camiño – Vigo – Sarria – Vilei – Barbadelo – Rente – Mercado – Mouzos – Peña Leiman – Peruscallo – Cortiñas – Lavandeira – Casal – Brea – Morgade – Ferreiros – Minallos – Pena – Rozas – Momentos – Cotarelo – Mercadoiro – Moutras – Parrocha – Vilacha - Portomarín (42 kms)


El objetivo de este día era alcanzar Portomarín, aunque cuando empecé a caminar a las 9 de la mañana (joder, cada día más tarde) no las tenía todas conmigo después de la paliza del día anterior.

Saliendo de Triacastela me junté con un grupo de sevillanos y decidí hacer los primeros kilómetros con ellos. No me apetecía para nada comenzar el día en solitario y necesitaba conversación y compañía para hacer más llevadero este primer tramo. Eran cuatro chicos y tres chicas con la típica gracia y alegría andaluza.

Era su primer día de Camino y la verdad es que no parecían muy preparados físicamente. Apenas llevábamos 7-8 kms y ya iban casi todos con dolores por todas partes y diciendo que: “¡esto es una tortura!”, “¿Cuántos kilómetros nos quedan?”, “Aquí hemos venido a pasarlo bien y no a sufrir”, “No puedo caminar, que me duele la rodilla”….. Y se paraban constantemente.

A pesar de que iban realmente despacio decidí aguantar con ellos un rato porque me estaba riendo bastante con sus cosas. ¡¡Que exagerados que son los andaluces para todo!!

Me despedí de los sevillanos después de desayunar en Furella. ¡¡A ese ritmo no llegaba a Portomarín ni en 3 días!!

Esta etapa transcurre por las típicas aldeas del interior de Lugo con ese paisaje verde por todas partes. Muy cerca de allí está la aldea donde se crió mi padre y donde yo pasé algunos veranos de mi infancia. Así que todo ese ambiente rural, con vacas y ovejas por mitad de las calles, tractores atravesados en cada pueblo y ese olor a boñiga de vaca que se te mete hasta en el último rincón de la nariz me resultaba totalmente familiar.

Llegué a Sarria sin mayor novedad.

El día que salí había hecho la mochila con tantas prisas que me olvidé de meter el cargador de la cámara de fotos, la cual a estas alturas ya se había quedado sin batería. Así que llevaba ya un par de días buscando un pueblo grande donde poder encontrar una tienda de fotos para comprarme una cámara nueva.

Después de dar unas cuantas vueltas por Sarria y preguntar a algunos paisanos de la zona encontré la tienda que buscaba. El dueño de la misma, más majo que las pesetas, me dijo que de comprarme una nueva nada, que el tenía un trasto que recargaba todas las baterías del mundo mundial. Y se ofreció a recargarme la batería de forma completamente desinteresada. Pero claro, eso implicaba perder hora y media en este pueblo.

Hora y media que estuve en el bar de enfrente de la tienda tomándome un café… y una coca-cola… y un bocata…. Haciendo tiempo, vamos.

Con las pilas recargadas (las de la cámara y las mías propias) retome el Camino dirección a Portomarín.

Los 22 kms que separan Sarria de Portomarín son un continuo sube-baja. Eso que llaman un rompepiernas. ¡¡Ni sé las veces que me paré en este trozo!!

A unos 10 kms de Portomarín está el mojón del km.100, un punto emblemático del camino. Empezar a ver los kms ya solo en dos cifras da un subidón importante.

Allí, sobre el mismo km.100 desparramé todos los huesos de mi cuerpo. ¡¡Estaba hecho polvo!! Y allí desparramaron sus huesos también dos chavales de Zaragoza, Raúl y Pepe, con los que iba a llegar, como almas en pena, hasta el final de la etapa.

¿Podéis imaginar la angustia que te entra cuando llegas destrozado a las 7 de la tarde y te dicen que no hay una sola cama libre en todo el pueblo?? Nos queríamos morir allí mismo cuando nos dijeron que la única posibilidad era dormir en el polideportivo municipal, tirados en el puto suelo. Preguntamos en pensiones, albergues, hostales… y nada de nada. El suelo del polideportivo parecía un hormiguero de la cantidad de gente que había allí tirada.

Ya me estaba planteando, a pesar de la paliza, continuar 7 kms más hasta el siguiente albergue cuando una ciclista nos dijo que en la pensión donde estaba ella quedaban camas libres.

¡¡¡Menuda carrera nos echamos!!! ¡¡Ni que dieran billetes de 100 euros!!!

Los de la pensión habían montado una especie de cuarto gigante con camas por todas partes y allí que nos metimos. Aquella noche nos juntamos con unas chicas/os de Murcia y nos reímos a pleno pulmón.

89 kms me separaban de la Catedral del Apóstol Santiago. “¡¡Esto está hecho!!”, pensé cuando cerré los ojos.

En la foto el apostol preside la monumental iglesia de Portomarín

miércoles, 29 de agosto de 2007

CdeSVIII:Trabadelo-Triacastela

Etapa 5: El mejor día

21 de agosto, Trabadelo – La Portela de Valcarce – Ambasmestas – Vega de Valcarce – Ruitelán – Herrerias – La Faba – Laguna de Castilla – O Cebreiro – Liñares – Hospital da Condesa – Padornelo – Alto do Poio – Fonfría – Viduedo – Filloval – As Pasantes – Ramil – Triacastela (42 kms)

El día amaneció frío. Gris. Lluvioso.

Una vez más salí el último del albergue. A los italianos los había oído marcharse sobre las 5 de la mañana. Para mi las 8:30 ya era lo suficientemente temprano.

La primera hora del día no auguraba buenas cosas. La rodilla se quejaba constantemente y por mi cabeza pasaban pensamientos sobre posponer el final del Camino para mejor ocasión.

Llegando a Vega de Valcarce decidí parar a desayunar. El destino me llevó a una acogedora y cálida panadería-cafetería. Un sitio donde me hubiera quedado toda la mañana. Un gran contraste entre la lluvia de fuera y el calor de dentro con el trato familiar de la mujer que regentaba el garito. Un sitio espectacular al que pienso volver algún día a tomarme otro café.

Allí conocí a unos chicos de Mataró, maratonianos ellos, con los que iba a coincidir en multitud de ocasiones en los días posteriores.

No sé si fue el café. No sé si fue el bollo de chocolate. No sé si fue el buen rollo de aquel sitio. No sé que fue, pero lo cierto es que cuando reanudé la marcha el dolor de la rodilla se había convertido en una ligera molestia, que poco a poco fue remitiendo hasta desaparecer por completo. Misterios del cuerpo humano, oiga.

Ese día me sentí fuerte. Creo que fue la primera etapa que hice sin ningún dolor. Eso y el hecho de ser la etapa más bonita de todas hacen que tenga un gran recuerdo de este día.

Pasado el pueblo de Las Herrerias y el Hospital Inglés me tocaba enfrentarme a la subida a O Cebreiro. Una subida preciosa, pero dura. Una subida que te lleva desde algo más de 600 metros de altura hasta los 1500 de la cumbre en apenas 8 kms de ascensión. Una subida impresionante que recomiendo a todo el mundo, independientemente de que uno esté o no peregrinando a Santiago.

La hice del tirón, disfrutando de la montaña como en la vida.

Poco antes de llegar arriba se encuentra el mojón que te indica que estás entrando en Galicia. Atrás dejaba más de 150 kms caminados a través de la provincia de León. Por allí cerca me paré y me tumbé a observar el espectacular paisaje que tenía delante. A veces por pasar tan deprisa por los sitios creo que me he perdido cosas, pero ésta no quería que fuera una de ellas.

Difícil describir ese cuarto de hora de soledad allí tirado, disfrutando del momento. Lejos de cualquier problema de la vida cotidiana. De cualquier mal rollo. Lejos de cualquier civilización. Soledad solo rota de vez en cuando por algún peregrino y su lento caminar camino de la cumbre.

Una vez arriba no me detuve y continué con intención de llegar a comer al Alto do Poio, antes de iniciar la bajada de la que Josero me había prevenido como muy dura para las piernas.

En apenas hora y media cubrí los 8 kms que separan O Cebreiro del Alto do Poio en compañía de un italiano muy majete. Alberto se tenía que llamar.

El italiano decidió quedarse allí a hacer noche y yo busqué el único sitio que había para comerme un bocadillo.

Allí, en un sitio realmente confortable y al abrigo de las inclemencias del tiempo, compartí mesa y conversación con una pareja de alemanes que se sorprendieron enormemente cuando les dije que mi intención era llegar ese mismo día hasta Triacastela.

Los 13 kms de bajada fueron lo más duro del día. Cuando llevas las piernas reventadas y te metes un desnivel tan fuerte hacia abajo las patas protestan sin parar.

Al llegar al pueblo de Filloval decidí parar a tomarme un café. Allí conocí dos chicas españolas: Eva y Lucía. Muy majas ellas. Al final, la parada que pretendía ser de 10 minutos se alargó hasta casi una hora.

Llegué al albergue de Triacastela pasadas las seis de la tarde y con un palizón encima impresionante. ¡¡Casi no puedo ni subir las escaleras hacia mi habitación!!

Después de ducharme, hacer un poco la colada y visitar el cuarto de internet me encontré de nuevo con Eva y Lucía. Me dio mucha alegría verlas porque cuando me despedí de ellas un par de horas antes pensé que nunca más las volvería a ver.

Cenamos los tres juntos y entre charlas y cigarros nos dieron la una de la mañana en el salón del albergue (si tenemos en cuenta que en mi habitación a las 8 de la tarde estaban ya todos durmiendo con la luz apagada se entiende que estamos hablando de horas intempestivas).

Santiago cada vez se sentía más cerca.


En las fotos: paisaje desde el mítico O Cebreiro y El templo de Santa María A Real de O Cebreiro, la iglesia más antigua del Camino de Santiago, construida a mediados del Siglo IX por los monjes benedictinos.


martes, 28 de agosto de 2007

CdeS VII:Ponferrada-Trabadelo

Etapa 4: Transición para olvidar

20 de agosto, Ponferrada – Columbrianos – Fuentes Nuevas – Camponaraya – Cacabelos – Pieros – Villafranca del Bierzo – Pereje – Trabadelo (34 kms)


Seguramente este fue el día más gris de todo el Camino. La etapa más fea. Un día sin apenas peregrinos. El día con mayor cantidad de dolores. Un día para olvidar.

La etapa es fea porque transcurre casi toda ella por una especie de carril bici amarillo pegado a la antigua N-VI. Después de los fantásticos paisajes del día anterior, pasar a escuchar el ruido de los coches y camiones y respirar los humos de sus motores me resultó muy desagradable.

Mi intención inicial del día era alcanzar las Herrerías, pero nuevamente fue una etapa de fuertes dolores en las plantas de los pies a los que se sumaban algunos otros. El empeine, a pesar de los masajes de aquel buen hombre, me estuvo molestando desde primeras horas de la mañana y ya por la tarde comenzó a hacerse insoportable. Encontré la solución desapretándome los cordones de la zapatilla, pero eso ocasionó un mayor movimiento del pie y la aparición de nuevas y dolorosas ampollas. Pero lo peor de todo era un fuerte dolor en la rodilla derecha, que fue aumentando al pasar las horas y los kilómetros.

Una vez pasado el bonito pueblo de Villafranca del Bierzo (donde tuve que parar un buen rato a descansar porque ya no podía dar ni un paso) la cosa se convirtió en una auténtica tortura: el puto carril aquel pegado a la carretera, el dolor de la rodilla que casi no me dejaba doblar la pierna y que me hacía ir con la pata tiesa caminando de una forma rarísima, las ampollas de los pies y sobre todo de nuevo un insufrible dolor en las plantas.

Así la cosa decidí que bastante tenía con intentar alcanzar el albergue de Trabadelo. ¡¡Y casi ni lo consigo!! ¡¡Que sufrimiento!!

Me metí en una dinámica en la cual, midiendo el tiempo con el reloj del móvil, me obligaba a caminar 15 minutos seguidos antes de pararme. Así me fui parando un montón de veces hasta llegar al pueblo. En cada parada me quitaba las zapatillas, me masajeaba los pies buscando algo de alivio y trataba de estirar la pierna para calmar algo el dolor de la rodilla.

Fue bastante sufrido, pero finalmente llegué al albergue de este pequeño pueblo. Allí pasé una noche inolvidable compartiendo una cena en común con todos los peregrinos que allí estábamos. Un buen rollo indescriptible con una gente a la que nunca antes habías visto y a la que probablemente jamás vuelvas a ver. Ese es el espíritu que tanto me ha gustado de todo esto.

Me fui a dormir pensando que si el dolor de la rodilla se mantenía (andando por el albergue parecía un auténtico invalido) y en esas condiciones me metía 160 kms más era más que probable que me jugara una lesión muy seria que me iba a dejar una buena temporada sin correr. Pensé muy seriamente en dejar las etapas restantes para mejor ocasión.

De momento tocaba esperar hasta el día siguiente.

En la foto la Colegiata de San Nicolás en Villafranca del Bierzo

CdeS VI : Rabanal-Ponferrada

Etapa 3: El Ave Fenix

19 de agosto, Rabanal del Camino - Foncebadón – La Cruz de Hierro - Manjarín - El Acebo - Riego de Ambrós - Molinaseca - Ponferrada (34 kms)


Me levanté con la duda de si mi objetivo del día era continuar en la senda del Apóstol o buscar un buseto que me trajera de vuelta a casa. La única forma de saberlo era empezar a caminar y comprobar si el descanso del día anterior y los fuertes masajes que me había dado en las plantas de los pies habían valido para algo.

A las 7 de la mañana ya no quedaba ni una sola de las 30 personas que habían dormido en mi habitación. Es increíble lo temprano que se levantan los peregrinos. En días posteriores iba a escuchar a muchos ponerse en pie antes de las 5 de la mañana. Yo alucino. Cuando salí al pueblo aquello parecía desierto. De los cientos de peregrinos que por allí pululaban la tarde anterior no había ni rastro.

Las primeras sensaciones fueron realmente buenas. Ligeras molestias en los pies, pero insignificantes comparadas con las del día anterior.

El día había amanecido húmedo, frío, con bastante niebla y algo de lluvia. Los paisajes espectaculares.

Con ánimos renovados afronté la fuerte subida camino de la Cruz de Hierro. Al pasar por Foncebadón cogí una piedra con la intención de depositarla arriba en la Cruz (Antonio me había dicho por teléfono la tarde anterior que tenía que hacerlo).

Llegué arriba sin demasiados problemas y me detuve para hacer las fotos de rigor. En seguida me puse de nuevo en marcha porque hacía bastante frío.

La bajada me pareció espectacular, uno de los momentos mágicos de toda esta experiencia. Las montañas verdes rodeándolo todo, el inmenso valle allí abajo, Ponferrada en la lejanía, la niebla cubriendo los picos y el sol amenazando con salir para darle colorido a todo ello.

Llegando a Riego de Ambrós recibo una llamada de Antonio y de Elo que me dicen que van en el coche en mi búsqueda, que tienen ganas de verme (habían llegado la tarde anterior a Astorga para pasar unos días allí). La sorpresa y la alegría es enorme. Les digo que estoy llegando a Riego y que les espero en el bar del pueblo.

A los diez minutos de llegar se presentan ellos. Me han traído de todo: compeed, frutas, una pomada para los pies, bebidas…. Lo celebramos tomándonos varias cervezas y unos pinchos. Sin tiempo para mucho más nos tenemos que despedir, que se me hace tarde y hay que llegar a Ponferrada todavía.

Una cosa que me ha quedado clara en el Camino es que las bajadas son mucho más agresivas para las piernas que las subidas.

Llegando a Molinaseca llevo ya las patas hechas puré. Al llegar allí cruzo el puente románico sobre el río Meruelo y observo a un peregrino que ha bajado al río a meter los pies en el agua. La envidia que me da es tan grande que sin pensarlo dos veces decido imitarle.

¡¡¡Gozada total!!!

El agua está helada y el placer de meter los maltrechos pies dentro es indescriptible. Acompaño el momento con un bote frío de cerveza. La vista del puente y del pueblo sobre nosotros es espectacular.

Me hubiera quedado allí toda la tarde, pero me quedan 8 kilómetros y empiezo ya a tener ganas de encontrar una cama donde descansar un rato.

La entrada a Ponferrada se me hace eterna. El Camino se desvía a la izquierda y da mil vueltas hasta llegar al precioso Castillo de los Templarios. En medio de aquel ir y venir de calles me iba a suceder una de las mejores anécdotas que me deparaba esta aventura.

Llevaba ya bastante rato notando un fuerte dolor en el empeine del pie izquierdo cuando decidí detenerme, quitarme la zapatilla y descansar un poco. En estas estaba cuando de una casa cercana salió un señor que rápidamente se dirigió a mí:

-“¿Te duele el pie hijo?”
-“Sí, un poco”

Mi sorpresa fue mayúscula cuando aquel buen hombre se agachó y empezó a masajearme el pie. Después de un buen rato dale que te pego llamó a gritos a su hijo para que trajera “la pomada”. Rápidamente acudió el chaval con la misma. Y de nuevo masaje por aquí, masaje por allí. Finalmente sacaron una venda y me hicieron un vendaje.

Me disponía ya a marcharme, después de haberles dado mil veces las gracias, cuando la mujer, que un rato antes me había preguntado que si había comido, salió de la casa y me dijo:

“¿Pero donde vas? ¡¡Pasa para dentro que te he hecho la comida!!”

¿Cómo le iba a decir a esa gente que no? Así que con toda la vergüenza del mundo pasé para dentro y me puse hasta las cejas de churrasco, pan, panceta…. Al final me tuve que poner pesado de decirles que por favor no me sacaran más de comer que no podía más. Todavía antes de irme la mujer me dio una bolsa con unas rosquillas caseras y una botella de agua que me había preparado para la merienda.

Creo que nunca ha salido de mi boca tantas veces la palabra “gracias”. Lo único que me pidieron antes de irme es que le diera un beso al Santo de su parte.

Ahora sí que sí tenía que llegar a Santiago por cojones.

¿Es posible que una cosa así pueda suceder en una gran ciudad o en cualquier otro entorno? Me resulta imposible imaginarlo.

Todavía impactado por el ejemplo que aquella gente acababa de darme entré en Ponferrada cruzando el puente sobre el río Sil.

Allí me junté con dos vascos que acababan de llegar con sus bicicletas y con los que iba a hacer muy buenas migas. Esa noche jugaba el Madrid la Supercopa y quería verla. Si me metía en el albergue iba a ser imposible porque te obligan a estar dentro antes de las diez, así que decidí darme un homenaje y pillar hotel. Me metí en uno situado en la plaza central del pueblo. Un cuarto de baño para mi solo, aire acondicionado, cama grande de matrimonio, televisión…. Vamos, lo que es un hotel de tres estrellas, jejeje. Un lujo asiático en esos momentos.

Ducha rápida, masajes en los pies, estiramientos, un par de horas de descanso, salir a cenar con los vascos y buscar un buen garito para ver el fútbol. Menudo cenorrio que me metí entre pecho y espalda… Casi reviento.

Del partido mejor no digo nada.

En la foto el Puente y el Castillo de Ponferrada

lunes, 27 de agosto de 2007

CdeS V: Astorga-Rabanal

Etapa 2: Una tortura

18 de agosto, Astorga - Valdeviejas – Murias de Rechivaldo – Santa Catalina de Somoza – El Ganso – Rabanal del Camino (20 kms)


La cadena siempre se rompe por el eslabón más débil y en mi caso resultaron ser las plantas de los pies.

Los casi 50 kms del día anterior descargaron toda su ira sobre mis doloridos pies y desde los primeros pasos mañaneros los dolores eran muy fuertes. Notaba como todos y cada uno de los huesos de los dedos y del talón se clavaban en mis plantas convirtiéndome en un peregrino incapacitado totalmente para caminar.

A pesar de ello nos pusimos en marcha sobre las 7:30 de la mañana con la intención de hacer toda la subida hasta la Cruz de Hierro y alcanzar el albergue de El Acebo, en plena bajada camino de Ponferrada.

Una vez más Josero puso el turbo y comenzamos a adelantar a cantidad de gente. Pero a mi cada vez me costaba más seguir sus pasos hasta que poco a poco comencé a quedarme descolgado y observar su firme caminar desde la lejanía.

Atravesamos varios pueblos pequeños hasta detenernos en El Ganso para comernos la ración de galletas, batidos y zumos del día. A estas alturas, y después de haber caminado únicamente 12 kms, caminar se había convertido en una auténtica tortura y cargar en cada paso el peso de mi cuerpo y de la mochila sobre cada uno de mis pies en un suplicio sin sentido.

Le dije a Josero que iba a hacer el esfuerzo de intentar llegar a Rabanal, en plena subida a la Cruz de Hierro, y que allí me quedaba hasta el día siguiente.

Los 8 kms que separaban El Ganso de Rabanal fueron los de mayor sufrimiento para mi de todo el Camino. Ahora todos los peregrinos nos adelantaban y por momentos la tortura de los pies se me hizo insufrible. Me tuve que detener en innumerables ocasiones. ¡¡Joder, que mal lo pasé!!!

Finalmente alcanzamos Rabanal del Camino, un pueblo con una población de 60 habitantes pero con capacidad para dar cobijo a cientos de peregrinos en sus cuatro albergues. Un precioso pueblo de montaña con una bonita ermita, una iglesia románica y una calle Mayor con mucho encanto. Un pueblo que acogió a Felipe II en su peregrinación a Santiago y desde donde, según la leyenda, Carlomagno contemplaba Astorga y Sahagún en la Edad Media. Un pueblo que en aquel momento fue mi salvación.

Con algo de pena me despedí de Josero y busqué alojo en uno de los albergues del pueblo. A toro pasado creo que fue una gran decisión separar nuestros caminos en este punto porque el Camino de Santiago es una experiencia que se debe de vivir en solitario y porque es necesario que cada uno vaya a su ritmo disfrutando a su manera.

Pasé el resto del día tumbado en mi litera intentando recuperar mis doloridos pies. Desde allí pude conocer a una pareja de franceses, a unos chicos de Polonia con los que tuve una animada charla y observar los encantos de un grupo de unas diez polacas veinteañeras que sin ningún problema se movían por allí en trapos menores... ¡¡madre mía como estaban las niñas!!!

A media tarde acudí al bar del pueblo a tomar unas cervezas y charlar con algunos paisanos del pueblo. Ellos me informaron de que ningún medio de transporte pasaba por allí, así que por cojones tenía que salir de allí por mis propios medios, algo que en aquel momento no tenía muy claro que fuera a ser capaz.

En la foto la Iglesia templaria de Rabanal del Camino

domingo, 26 de agosto de 2007

CdeS IV: León-Astorga

Etapa 1: Una paliza para empezar

17 de agosto, León - Trobajo del Camino – La Virgen del Camino – Valverde de la Virgen – San Miguel del Camino – Villadangos del Páramo – San Martín del Camino – Puente Órbigo – Hospital de Órbigo – Villares de Órbigo – San Justo de la Vega - Astorga (49 kms)





Nos levantamos poco antes de las siete y en apenas media hora estábamos ya atravesando el puente de San Marcos con las mochilas en la espalda.

Conversando con algunos peregrinos pude comprobar que éramos muchos los que habíamos decidido comenzar en León. Entre ellos unos chicos y chicas de Alicante y Elche y un chaval madrileño que se había presentado sin credencial y sin nada y que iba más perdido que yo, que ya es decir.

Una de las primeras cosas que me sorprendieron del Camino fue comprobar que la gran mayoría de peregrinos eran extranjeros. Siempre había pensado que el peregrinaje a Santiago era cosa de españolitos y en seguida pude comprobar que los nacidos en la piel de toro éramos una pequeñísima minoría. Italianos, franceses, alemanes, polacos, brasileños, etc, etc.... invaden el Camino y lo llenan de colorido.

La salida de León se hace a través de unos polígonos industriales que hicieron mis primeros kilómetros algo aburridos y feos. Una vez abandonada esta parte comenzamos a avanzar deprisa a través del páramo leonés. La presencia próxima de la carretera nacional N-120 con el ruido de sus coches y camiones le quitaba cierto encanto al “paseo” mañanero. Atravesamos los pueblos de Trobajo del Camino, La virgen del Camino, Valverde de la Virgen y en San Miguel del Camino hicimos la primera parada para desayunar. Unas galletas, un batido, un zumo y un poco de agua.

A estas alturas estaba empezando a entender porque a Josero ya había quien le conocía como “el peregrino veloz”. Por momentos parecía que estábamos en una marcha militar. En apenas 15 kms debimos de adelantar cerca de 50 peregrinos sin que uno solo pudiera con nuestro ritmo. Mis gemelos echaban humo.

Atravesamos Villadangos del Páramo como alma que lleva el diablo y enfilamos hacia Órbigo, que en principio era nuestro destino final de la etapa.

Poco después de la una de la tarde atravesamos el famoso Puente de Órbigo, un puente medieval cargado de historia. Allí, en el año 1434, tuvo lugar el célebre Paso Honroso. Hace cuatro años estuve en las fiestas medievales de este pueblo y pude asistir a la impresionante representación que se hace cada año de aquella histórica justa. Me vinieron muy buenos recuerdos de aquel entonces.

Comimos unos bocadillos en la plaza de Hospital de Órbigo, donde conocimos a un francés que había salido de Burdeos a principios de Julio. ¡¡¡Mes y medio llevaba pateando mundo!!
Él mismo nos contó que había conocido gente que venía de otras partes de Francia, Holanda o Alemania y que algunos llevaban tres meses haciendo el camino.

“Ufff, y yo que solo llevo una mañana y ya estoy empezando a sentir el embrujo de esto”

Acabados los bocatas decidimos alargar un poco la etapa e intentar llegar hasta Astorga.

La tarde se me hizo dura. Empecé a maldecir una y otra vez del peso de la mochila sobre mis doloridos hombros. En mis pies empezaban a crecer ampollas, los gemelos y las rodillas se quejaban constantemente y el sol amenazaba con abrasar mi cuello y mis piernas.

En Villares de Órbigo paramos para tomar un orujito de hierbas y en Santibáñez de Valdeiglesias el francés dobló la rodilla y busco alojamiento en un bonito albergue que allí había.

Los últimos 11 kilómetros de la etapa sufrí mucho por un intenso dolor en las plantas de los pies. Se me hicieron eternos.

Llegando a San Justo de La Vega Josero decidió subirse a una torre de vigilancia altísima y darme la buena noticia que desde allí ya se veía un pueblo grande y que ese no podía ser otro que Astorga.

Una cuesta abajo pronunciada que nos encontramos a continuación la bajamos trotando mientras cantábamos como si fuéramos unos militares haciendo maniobras. ¡¡Menudas risas nos echamos!!

Pasadas las cinco de la tarde y con las plantas hechas puré llegamos al albergue de Astorga.

“¡¡¡Madre mía!!! ¡¡Que palizón!!”

Una ducha rápida, una visita a podología para que me curaran las ampollas (que risas nos echamos con las chicas que me curaron los pies) y nos fuimos a visitar ese pueblo tan bonito que es Astorga. También me trae buenos recuerdos de mi última visita.

Nos metimos una cena copiosa para el cuerpo en animada charla y después decidimos que nos apetecía a los dos tomar unas copas en un pub que nos encontramos camino de la cama.

Cuando nos quisimos dar cuenta eran más de las 11, hora a la que cerraban el albergue. ¡¡¡Ufff, que angustia!!! Por un momento pensé que dormíamos en la calle pero finalmente y tras una buena carrera conseguimos llegar justo cuando el hospitalero estaba apunto de echar la llave.

Entre la paliza que llevaba encima, las cervezas y las copas pensé que dormiría como un lirón. Pero nada de eso. Dormí fatal.

Dando vueltas en la cama pensé que no quería quedarme en Ponferrada. Un día había bastado para engancharme a esto y decidir que el final de mi camino estaba en Santiago de Compostela.

En la foto la Catedral y Palacio Episcopal de Astorga

CdeS III: Madrid-León

16 de Agosto, Madrid-León... en tren


Pasé durmiendo las más de cuatro horas de tren que separan Madrid de la capital leonesa. Morfeo le ganó la partida a los nervios y aquel viaje nunca existirá en mi memoria. Cuando abrí los ojos el tren entraba tranquilamente en la estación de la ciudad elegida para comenzar la aventura.

Eran las cuatro de la tarde y nada más bajarme del vagón me encontré de golpe con la primera sorpresa del día: Josero me esperaba en el andén con los brazos abiertos. No esperaba que me hubiera venido a buscar y la alegría fue inmensa.

Desde allí nos encaminamos en busca del albergue. Mi primer albergue. Mi entrada en el mundo del Camino.

Una vez ubicados en nuestras literas y después de la correspondiente bronca por no haber traído saco de dormir, nos dirigimos al Carrefour donde terminé de abastecerme de material: un saco de dormir, dos bastones de montaña y unas galletas y zumos para los desayunos. Los bastones se iban a convertir con el paso de los días en mis mejores aliados para lograr el objetivo.

Y sin tiempo que perder nos dirigimos a ver la ciudad. León es una ciudad que he visitado, en muy diferentes compañías y situaciones en varias ocasiones en los últimos años. Es una ciudad que me trae bastantes recuerdos y a la que tengo cierto cariño.

Eso sí , ¡¡¡menudo frío que hacía!!! ¡¡Nadie diría que estábamos a mediados del mes de Agosto!!

Después de visitar la catedral y la zona comercial de la ciudad nos fuimos al barrio húmedo a saciar a base de tapas y cervezas nuestra sed y apetito. Ni sé las cervezas que cayeron. Las suficientes para irnos contentos a la cama. Ahora sí que sí. El Camino estaba a punto de comenzar para mi. Estaba a punto de atraparme para siempre.

En la foto la Catedral de León.

CdeS II : ¿Preparativos?



Volví de la playa el miércoles 15 de Agosto rumiando en la cabeza la posibilidad de aprovechar los cuatro días que me quedaban de vacaciones para hacer una pequeña escapada de toma de contacto con el Camino de Santiago. Sabía que mi amigo Josero andaba liado en la faena de unir a pie Roncesvalles y la capital de Galicia y pensé que juntarme con él era una buena posibilidad.

Una llamada de teléfono me bastó para confirmar que su intención era llegar el jueves a León, ciudad que por ser capital de provincia me resultaba de fácil acceso.

Rápidamente busqué en internet la información imprescindible: que llevar, donde y como conseguir la credencial del peregrino, horarios de trenes a León, etapas para llegar el domingo a Ponferrada.....

Sin tiempo que perder agarré el coche y salí hacia la Iglesia de Santiago, situada en pleno centro de Madrid y uno de los tres lugares donde podía obtener la credencial.

Allí me encontré con un cura joven y realmente simpático con el que mantuve una animada conversación. Tras sellarme la credencial insistió en darme la “bendición del peregrino”. Mi desconocimiento sobre el tema era total y a pesar de mi convencido ateismo y de mi inexistente creencia en bendiciones religiosas y cosas por el estilo accedí a recibir la bendición.

Y así es como sin comerlo ni beberlo me vi de pie en mitad de la iglesia, siendo víctima de las miradas de todas las personas que en aquel momento visitaban la capilla, mientras que aquel cura, desde el altar mayor y con los brazos en alto, me daba aquella bendición con un sentimiento que por un momento me hizo pensar que me iba a la guerra.

“Oh Dios, que sacaste a tu siervo Abraham de la ciudad de Ur de los Caldeos, guardándolo en todas sus peregrinaciones, y que fuiste el guía del pueblo hebreo a través del desierto: te pedimos que te dignes guardar a este siervo tuyo que, por amor de tu nombre, peregrina a Compostela. Sé para él compañero en la marcha, guía en las encrucijadas, aliento en el cansancio, defensa en los peligros, albergue en el camino, sombra en el calor, luz en la oscuridad, consuelo en sus desalientos y firmeza en sus propósitos para que, por tu guía, llegue incólume al término de su camino y, enriquecido de gracias y virtudes, vuelva ileso a su casa, lleno de saludable y perenne alegría. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén

Que el Señor dirija tus pasos con su beneplácito y que sea tu compañero inseparable a lo largo del camino. Amén.

Que la Virgen Santa María te dispense su maternal protección, te defienda en los peligros de alma y cuerpo, y bajo su manto merezcas llegar incólume al final de tu peregrinación. Amén.

Que el Arcángel San Rafael te acompañe a lo largo del camino como acompañó a Tobías y aparte de ti toda incomodidad y contrariedad. Amén

Y la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ti. Amén”


Todavía conmocionado por la extraña escena que acababa de protagonizar me despedí del cura y salí sin perder tiempo hacia la estación de Atocha donde, tras una larga cola de más de una hora, conseguí comprar un billete de tren Madrid-León para la mañana siguiente.

Llegar a casa, buscar la mochila y meter en ella lo imprescindible fue el siguiente paso: tres camisetas, tres calzoncillos, cuatro pares de calcetines, una chaqueta de manga larga, dos pantalones cortos, un bañador, el chubasquero, el cepillo de dientes, las chanclas, el cargador del móvil, la cámara de fotos, el dni y la tarjeta de crédito. Nada más.

En apenas cinco horas había decidido meterme en este lío y estaba preparado para ello. Me metí en la cama muy tarde. En dos horas sonaría el despertador.


En la foto la Iglesia de Santiago en pleno Madrid de los Austrias.


Camino de Santiago I



A veces sucede que, cuando uno no lo espera, la vida nos tiene preparada una experiencia intensa, única e inesperada.

Mi intención siempre había sido hacer el Camino de Santiago entero y subido a una bicicleta. Pero el hecho de tener este verano cuatro días de vacaciones sin nada planificado me animó hace unos días, y de forma precipitada, a llevar a cabo una primera toma de contacto con el Camino realizando a pie y en tres etapas el trayecto León-Ponferrada.

Y así es como de forma absolutamente improvisada y sin ningún tipo de preparación me embarqué en esta aventura que, finalmente, me acabó llevando en 8 días desde León hasta la tumba del apóstol Santiago.

Por muchas cosas que hubiera escuchado a diferentes personas acerca del Camino nunca pensé, cuando salí en un tren de la estación de Chamartín camino de León, que estaba a punto de vivir una de las mayores aventuras de mi vida. Una aventura agotadora. Demoledora. Intensa.

El esfuerzo físico que he tenido que hacer para completar el trayecto ha sido enorme. Agónico por momentos. Para una persona que no está acostumbrada a caminar el reto era inmenso. Como inmensos han sido los dolores que he sentido en piernas y pies y que aún me acompañan en estos momentos.

Me resulta imposible recordar ahora la cantidad de personas que he conocido en estos días, la cantidad de pueblos y paisajes diferentes que han visto mis ojos, la cantidad de pensamientos y reflexiones en tantas horas de soledad, la cantidad de experiencias vividas en apenas una semana....

Pero lo voy a intentar.

martes, 7 de agosto de 2007

TRIPI

TRIatlon en el PIsuerga

5 de Agosto. 6:30 de la mañana. El despertador empieza a chillar como loco recordándome que es hora de ponerse en pie y de que hoy es el día. El día de mi enfrentamiento contra el monstruito de las tres cabezas: el TRIatlón Ciudad de Valladolid.

He dormido poco y mal. No sé porque, pero los nervios han aparecido en mitad de la noche en forma de pesadillas. Pesadillas en las que llego tarde a la salida. Pesadillas en las que llego a meta cuando ya han desmontado el chiringuito y se han ido todos. Pesadillas en las que mi torpeza con la bici hace que tire a algún triatleta de nivel y me corran a gorrazos por toda Pucela.

Esto de ir de triatlón es más complicado que hacer la lista de la compra. El sábado por la tarde había pasado más de una hora metiendo en el coche todo lo necesario para la prueba y revisando una y otra vez que no me dejara nada. Que si las gafas de nadar, que si las zapatillas de correr, que si las mallas, que si el casco de la bici, que si la bici, que si las zapatillas de la bici, que si las gomas de las zapatillas, que si los imperdibles, que si la camiseta de correr, que si..... ¡¡¡uffff, creo que ahí fue donde me entraron los nervios que me atacaron por la noche!!!

Cerca de Tordesillas había quedado con Marcos, Paqui e Inma en una estación de servicio para desayunar. Al llegar allí compruebo que aquello está tomado por machacas del triatlón que están también recargando las pilas antes de llegar a Valladolid. Tíos y tías fibrosos, de perfiles afilados y miradas penetrantes. Ante mis ojos se presentan como auténticos adonis del deporte. Mi propia imagen reflejada en un espejo me devuelve todos los nervios de la noche. “Vas a hacer el ridículo”, pienso al instante.

Entrando en Valladolid nace en mi estómago un gusanillo que se mueve arriba y abajo. A medida que empiezo a vivir el ambiente de la competición crece sin parar amenazando con convertirse en una serpiente pitón. “Joder, que nervioso estoy. Tengo miedo. Estoy cagao”

Al ir a recoger el dorsal comprobamos Jorge y yo que no aparecemos en las listas, así que nos toca hablar con la organización y aclarar el asunto. Finalmente nos dan dos dorsales de chicas. “Madre mía, ¡¡como nos toque salir con las chicas el ridículo va a ser todavía peor!!!”

Pero no. Finalmente nos confirman que salimos con los chicos y que quedan apenas 5 minutos para que nos presentemos en la cámara de llamadas.

Nuevamente estrés por un tubo. Salimos corriendo con todos los bártulos (bici, casco, gafas, dorsal, zapatillas, gorro de nadar, etc, etc...) hacia los boxes. Todo el mundo va ya vestido de nadador camino del río y nosotros todavía tenemos que colocar todo. “Uff, ¡¡me va dar algo!!”

“Venga, venga, que tenéis que estar ya en la pasarela del río”, me dice un juez todo serio mientras acabo de colocar la bici en su sitio.


Natación (750 metros)

Allí estábamos todos los chicos, apelotonados encima de una pasarela que se balanceaba constantemente amenazando con tirarnos a todos al agua, esperando que comenzara el lío. Casi todo el mundo llevaba neopreno. “Esta gente está preparada, no como nosotros que llevamos unas simples mallas de esas de correr”

Allí lejos, a tomar por culo, el puente del río indica el punto donde debemos de girar para emprender el camino de regreso. “Uff, eso está muy lejos, ¿no??”

“¡¡¡MEEEECCCC!!!!”

A nadar. Es ya la cuarta vez que nadaba rodeado de gente por todas partes, pero es la primera vez que de verdad recibo golpes a mansalva. Lo de las veces anteriores fue un juego de niños comparado con lo de Valladolid. Un montón de gente apelotonada intentando nadar. La tarea era imposible por momentos. Al bracear golpeabas piernas y brazos por todas partes. Tres o cuatro nadadores me pasaron literalmente por encima. Tragué litros y litros de agua. “Calma, calma, tú a lo tuyo. Ya saldrás de esto antes o después”

Pasados los minutos iniciales de confusión me empiezo a encontrar bien en el agua. Estoy nadando suelto mientras pienso en que la cantidad de agua que he tragado no creo que sea muy buena para mi organismo. “¿Estará el Pisuerga contaminado? ¿Me iré mañana por las patas abajo?”

Sin apenas darme cuenta me encuentro con que estoy ya debajo del puente dispuesto a hacer el giro en la boya y empezar el camino de regreso. Aquí nuevamente me llueven las ostias por todas partes.

Ya en la vuelta levanto la cabeza para situarme y veo un barco grande anclado en la orilla y antes de llegar a él bastante público animando. “Ahí está la rampa de salida. ¡¡A por ellos!!”

Y enfilo hacia allí nadando sin parar. “Uyy, que raro, ¿porque todos los demás no vienen hacia aquí?”

Cuando me doy cuenta de que me equivocado ya es tarde. Me he desviado totalmente de la trayectoria. Me toca bordear todo el barco y buscar la rampa que está en el otro lado. “Vamos, vamos....”

En seguida encuentro la rampa buena, la alcanzo y salgo corriendo como loco en busca de la bici.



Bicicleta (20 kms)

La carrera hacia la bici es el momento más agónico de todo el triatlón. Para subir desde la orilla del Pisuerga hasta los boxes hay una rampa de unos 300 metros que se me hace muy dura. Llevo el corazón en la boca.

Al llegar a mi máquina oigo a Cristina, Paqui e Inma que me animan. “¡¡Uff, estoy atacao!!”, les grito.

Me noto muy torpe haciendo la transición, pero finalmente consigo ponerme la camiseta, el dorsal, el casco, las zapatillas, enganchar las calas en los pedales y empezar a rodar por las calles de Pucela.

Llegados a este punto me gustaría hacer una reflexión. Es un lujo asiático que corten durante más de una hora varias de las avenidas principales de una ciudad de 400.000 habitantes para que apenas 200 tipos disfrutemos con nuestras carreritas y nuestras bicicletas. Realmente no sé si merecemos tanto y entendería que muchos vallisoletanos no lo aprobaran.

En la bici me encuentro bien. Voy cómodo, pedaleando con ganas. El circuito es completamente llano y me noto fuerte dándole a los pedales. Hay varios giros de 180º muy cerrados donde lo paso bastante mal por el poco dominio que todavía tengo de la bici. “¡¡Al fin y al cabo solo he montado tres veces antes!! ¡¡Bastante bien lo estoy haciendo!!”, pienso.

En una recta larga veo que Marcos viene ya pisándome los talones.

Justo al completar la primera vuelta y comenzar la segunda me equivoco en un giro y al tratar de rectificar estoy a punto de irme al suelo. Me derrapan las dos ruedas y solo un milagro hizo que no me dejara la cara en la acera.

Mediada la segunda vuelta me adelanta Marcos que me grita que me pegue a él. Pero va muy fuerte y no soy capaz de engancharme a su grupeto.

Es impresionante la velocidad a la que te adelanta la gente que de verdad le pega a esto del ciclismo. Les oyes venir y te pasan como cohetes a más de 45 km/h. ¡¡¡Fiuuuunnnnnn!!!!

La primera chica, la famosa triatleta María Pujol, me adelantó como un esputnik. “Ufff, ¡¡que manera de volar!!!”

Finalmente consigo completar las cuatro vueltas sin conseguir unirme a ningún grupo, pero con bastantes mejores sensaciones de lo previsto. La segunda transición la hago bastante más rápido que la primera.


La carrera (5 kms)

Lo más duro del triatlón es ponerse a correr después de bajarse de la bicicleta.

Además a esas horas hacía ya mucho calor y las piernas se quejaban sin parar.

“¡¡¡Que no queremos correr cachomamón!!!”

La primera vuelta fue un suplicio. Cada zancada era un esfuerzo sobrehumano y un dolor en las piernas de arriba a abajo.

El circuito era muy bonito (pasando por el centro histórico de la ciudad, la plaza mayor, etc...) pero bastante duro con constantes subidas y bajadas.

Nos cruzábamos todos los corredores constantemente. Así pude animar a Marcos, a Ballesta, a Laura, a Jorge y a Oscar mientras le daban caña a las zapatillas. “¡¡Madre mía, ¡¡que caretos llevan los pobres!!”

Y nuestras animadoras particulares, mientras, no paraban de darnos ánimos cada vez que pasábamos.

Por alguna extraña razón al empezar la segunda vuelta empecé a encontrarme mejor y a adelantar a algún que otro participante para acabar entrando en meta pletórico con una sensación de euforia total.




Llegando a meta


“¡¡Como ha molado esto”!!!

Al final 1:22:21 que para ser mi debut creo que no ha estado mal.

Mi único objetivo era intentar no ser el último y ahora, mirando la clasificación oficial, veo que he quedado en el puesto 179 de 206 que llegaron a meta. Así que objetivo más que cumplido.
Una cosa tengo clara desde el pasado domingo. Me voy a hinchar a hacer triatlones en el futuro porque es una de las cosas más divertidas que he hecho jamás. Es intenso, efervescente, emocionante... ¡¡Es una gozada!!